

Más que cosas...
A mis escasos 6 años, acompañé a mis padres al súper mercado a comprar la despensa de la casa. Caminaba por el pasillo de los juguetes, mi área favorita. Ahí, entre montones de peluches, me encontré con él e hicimos una conexión.
¿Cuántas personas lo habrán tocado?
¡No lo sé! Pero ahora mis pequeñas
manos exploraban su cuerpo
inanimado: es pequeño, café, su
cara formada por 3 botones (dos
para los ojos y uno, el más grande,
para la nariz) y no tiene boca. Un
mechón café en la cabeza,
elaborado con hilos claros, detuvo
por un momento la exploración.
¡Es hermoso!
Un “algo” ya lo unía a mí. Insistí para que me lo compraran, pero mis padres se negaron. Lloré por toda la tienda hasta que mi padre, quien acostumbrara a consentirme y acceder a mis caprichos, terminó comprándomelo. “¡Ya eres mío, te llamarás Pooky!”.
“Pooky” se volvió especial. “¡Es más
que un juguete, es mi mejor amigo!".
Hablaba con él, dormía con él,
viajaba con él… “Pooky”, me conoce
muy bien, estuvo presente cuando se
me cayeron los dientes, cuando
cursé el segundo grado, cuando me
gradué de la primaria, fue mi
confidente en la secundaria, supo
de mi primer novio, se alegró
conmigo cuando encontré amigos
y me acompañó cuando me
separé de ellos. Me consoló cuando
murió mi mejor amiga, cuando mis padres se separaron…
A 16 años de nuestro encuentro, cuando veo a “Pooky”, ya no veo a mi mejor amigo; ahora es un manojo de recuerdos que me hacen sentir muchas emociones. Al observar las costuras de su pequeño cuerpo viejo, me hace recordar lo que fui, en lo que soy y en lo que me convertiré. “Pooky”, el arte de la memoria, la conexión alma-objeto, los recuerdos que son huella de una infancia-adolescencia que se van con el tiempo, mas no de los pensamientos.
Todas las personas tenemos un
“Pooky” en nuestras vidas,
tenemos algo que es más que
un objeto, más que algo
inanimado, algo que nos
transporta a una serie de
eventos en nuestro pasado,
que nos hace recordar lo
feliz o triste que estuvimos
en aquel momento en el
que ese objeto estuvo presente.
Sí, inevitablemente estamos
vinculados a muchas cosas,
a esos objetos que con sólo
mirarlos “nos han dicho todo”.
Los queremos, son parte de nuestra esencia, nos han acompañado en la soledad y quisiéramos estén a lo largo de nuestra existencia: “vivirán conmigo media vida y morirán conmigo media muerte”.
Haciendo referencia a Pablo Neruda y a su “Oda a las cosas", en donde nos habla de este apego hacia lo material, elaboré la pieza “El recuerdo: Una oda a las cosas” (Enlazar a la foto de mi obra), quiero llevarlos a pensar en esos objetos con los que están conectados. Quiero que sientan que son más que algo inanimado, huellas que son recuerdos, testigos de buenos y malos momentos, que no está mal amarlos y conservarlos, porque llevan en sí una parte nuestra, son fundamentales en nuestra vida y lo serán aún después de nuestra muerte, porque tienen nuestros rastros.
Ahora, es momento de re-descubrir la importancia que tienen las cosas, no por avaricia o vanidad, sino porque esos objetos nos transportan, nos conectan con momentos de nuestra vida, evocan a las personas que han marcado nuestra existencia, traen a la memoria situaciones y las hace revivir. Nos llevan a recorrer las huellas del pasado que quedaron plasmadas en esa “cosa”, mudo testigo de nuestro acontecer.





